La amistad es un vínculo que proporciona la posibilidad de compartir experiencias, conocimientos en algunos momentos de nuestra vida medios económicos.
Los lazos de amistad aumentan por medio de nuestro amor, dedicación respeto, lealtad.
Sin embargo, el amigo no es la persona que vemos. Es la persona que sentimos.
El buen amigo no anula al otro sino que lo potencia, es su compañero y un facilitador de sus posibilidades. Sufre cuando tu sufres y se alegra cuando tu te alegras. No es envidioso, ni prepotente ni se aprovecha de ti.
Un amigo es más que una persona. Algo que no es físico, algo que siempre llevas. Es eso que recoges por el camino y guardas en tu cajita de cristal, cuidadosamente acomodado en su interior de terciopelo. Todo eso en lo que creemos, en lo que confiamos, en lo que sentimos.
Eso que más allá del mundo encuentras. Eso que te abraza cuando piensas que no puedes más. Algo que lamentas no ver. Porque el amigo no se ve, no se toca, no se huele. Simplemente lo sentimos. Y, aunque se encuentre sentado a nuestro lado, nunca lo vemos como la materia física que es. Su esencia oculta entre los pliegues del terciopelo de tu nuestra cajita de cristal.
A veces lo miramos a los ojos. A veces sentimos su presencia.
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